De Javea a la ATP

Sin saberlo ni quererlo, aquel niño rubio seguidor del Valencia dejó de lado las porterías y el balón para agarrar con fuerza su primera raqueta.

Con sólo 14 años se separó de su familia –a la que se sentía muy apegado– para marcharse a entrenar a la Federación de tenis de Cataluña. Los kilómetros que le separaban de sus seres queridos y de su tierra natal hicieron mella en aquel adolescente que, tras dos años lejos de casa, decidió regresar a Jávea, la tierra que le vio nacer. Siendo todavía menor de edad, en Dénia, muy cerca de su hogar, encontró el oasis que necesitaba.

Fue a partir de entonces cuando David Ferrer se abriría un lugar en el competitivo mundo del tenis. La sabiduría y humildad de Javier Piles, su entrenador, fueron claves en su gran despegue. En 2002, cuando su DNI marcaba únicamente 20 años, consiguió su primer título ATP en Buscarest y, meses después, lograría colocarse entre los 100 mejores tenistas de todo el planeta. Cuatro años más tarde, escalaría hasta el Top 10 de la ATP y debutaría en un partido oficial de la Copa Davis.

David Ferrer es hoy una estrella del tenis. El español, número 4 del mundo, celebra sus 32 años cuando atraviesa el mejor momento de su carrera tras hacer gala de un palmarés envidiable habiendo coincidido con una exitosa generación de tenistas del calibre de Rafael Nadal, Novak Đoković o Roger Federer. Grandes de la raqueta que, según apuntaba el alicantino, le han hecho ser “mejor tenista”, ya que considera que ha competido “con los mejores de la historia”.

Derroches de humildad es lo que ha desprendido y sigue emanando David Ferrer en cada pista de tenis que pisa. Es parte del mundo de las estrellas, pero no se olvida de sus orígenes. “Recibí una buena educación de mis padres: me inculcaron el trabajo, la constancia y la humildad. Me han dado un buen ejemplo”, reconoció en alguna ocasión el de Jávea. Siguiendo la filosofía del gran Jonh McEnroe, Ferrer es de los que piensa que “el tenis es un deporte de perdedores; al final siempre pierdes”.